Diseñar el propio blend de yerba mate; elegir entre una variedad de mates y realizar un maridaje finsemanal, acaso en un paseo, un picnic o un encuentro íntimo, para cuya degustación habré de invertir un pequeña fortuna, esos son lujos posibles.
Todos nos regocijamos con lujos posibles, esas pequeñas o grandes transgresiones al presupuesto personal. Y esas gratificaciones incluyen al mate y cuanto lo rodea. Nos prodigamos un instante de bálsamo esperada durante horas en el día. Hacemos una celebración íntima y damos una bienvenida en una ronda de amigos que, para matear se eligen. Por ello y para ello el más humilde de los americanos del sur posee un equipo de mate o un juego de elementos indispensables para matear consigo, con amigos o con familiares y eso está entre los lujos posibles.
Lujos que nos damos a despecho de cuanto ya tenemos y es por ello que en una mayoría de hogares se van acumulando mates. Por ejemplo, en este departamento que alquilamos para unos días de vacaciones en Mar de Ajó, hay un mate de calabaza (abandonado a medio lavar, según los restos de YM en su interior); un mate de metal con el aire de aquellos mates de plata que imperaron en el S XIX en el Río de la Plata. En otro aparador hay un mate de asta. Cada mate con su bombilla y en ellos se ve la fragilidad de sus materiales: una está partida en la boquilla por lo que ya no será útil; otra tiene el filtro de resorte oxidado y tampoco será óptimo matear desde ella. Hay dos bombillas más: una de aluminio anodizado y diría que –aunque el color es agradable- no tiene ni el peso ni la tersura que se espera para el ritual de nuestros labios. Pero como imaginarás: nunca salgo de viaje sin mi matera.
Aquellos que se enorgullecen de su equipo suelen combinar en un bolso lo más portátil posible, un conjunto de termo, mate, bombilla, yerbera y hasta algún bolsillo especial para llevar hierbas para misturar el mate al propio gusto. Las materas se han puesto de moda en el último lustro y ahora se los puede ver en prácticamente todo comercio que venda bolsos y a precios que oscilan entre cuarenta a ciento cincuenta dólares (u$s 40 a u$s 150. Hasta la primera década de este nuevo milenio estos bolsos materos eran patrimonio propio de apasionados por el mate. Salvo paseos por El Tigre o San Antonio de Areco o algún poblado con aires “tradicionalistas”, los apasionados debíamos encargar el bolso a un talabartero o una costurera paciente que tomara el no tan fácil trabajo de domar una tela, cuero o cuerina, un tipo de simil cuero no siempre muy maleable.
Pero donde el arte de estos lujos posibles que se otorga la mayoría está en la mezcla de YM que usa para su ronda. Las elaboradoras de YM han tomado nota de ello y han lanzado al mercado cada vez más variedades. Por un precio similar al de los paquetes de sabores “normales”, una empresa familiar creada en Córdoba bajo el nombre de Cachamai lanzó tres décadas atrás su propia variedad de YM con mezcla de hierbas serranas. La tendencia fue acentuándose contra la corriente de los principistas que denostaban quien no tomara sus mates con YM normal y amargo, por supuesto.
Pero los cordobeses siempre fueron muy originales en ese tema. Primero, siempre fueron amantes de agregarle hierbas regionales como yerba buena, menta peperina, poleo, cedrón. Unido a sus preferencias por el mate dulce y la temperatura bien caliente del agua, sus mates han resultado siempre de sabores y aromas muy intensos.
Lujos posibles es también aquello de lo que supuestamente puede prescindirse para vivir o caminar por la otra vida, como concebían algunas culturas originarias.
Es también una curiosidad, esa categoría de cosas que los paisanos llegaron a denominar “vicios”, atavismo que César Fernández, describe en Cuentan los mapuches, donde un memorioso poblador narra el majestuoso entierro de un cacique en Cerro Bayo : +Y al viejo Melinao le resplandecía la plata enterrada, en los ojazos que se abrían e iluminaban con las llamas del fogón que parecía aquietarse para escuchar la rela¬ción. «Y juntito a los cueros cargados con esa plata, se le acercaban los “vicios”, como carne, pilchas, mate, leña, todo acomodado como para que el viaje fuera cómodo y no anduviera penando en la travesía.»
Hizo una pausa para volver a pegar el papel del cigarrillo que se le iba desarmando, acercó unos tizones al fuego que se desparramaba y encogiéndose de hom¬bros, como para sacarle el cuerpo a la cara que yo podía poner, continuó: «Y dicen los antiguos de antes, que hasta mataban de un bolazo en la cabeza, a una de las mujeres del jefe, como para que fuese a acompañarlo. Vaya uno a saber. Costumbres de antes seria, ¿no?
Bueno, como le iba diciendo, fueron unos huincas ingleses los que se levantaron con todo el platal. Mi abuelo conoció al finado Mariñanco que los “baquianó” en la búsqueda. Pobre; porque fue así como a la sema¬na no más, en una “costaliada” lo aplastó su yegua tordilla. La misma en la cual había acompañado a los ingleses, para ir a “disturbiar” la tumba. Porque ésa es la ley: el que descubre el lugar de los entierros para revolverlos y saquearlos tiene los días contaditos».
En la pava que estaba al fuego silbaba el agua caliente. Le echó un poco de agua fría y se ladeó para ensillar el mate, ese amigo aquerenciado a todos los fogones y sabedor de todas las historias y consejos.+