María Fernanda vive en Cachi, un alejado como bello poblado andino salteño, donde cada tarde se intala en un ciber y administra foros de una web hispana
Es 8 de mayo de 2008 y llueve mansamente en la ciudad de Salta. Reencontré a María Fernanda (foto) en un congreso de empresarios de la televisión por cable que se hace en el hotel Sheraton. María Fernanda tuvo la delicadeza de recordar que nos conocimos en Buenos Aires, cuando ella trabajaba para la agencia de prensa de Cecilia Amuchástegui. “Te recuerdo del evento de Sony Ericsson en el Palacio Duhau. Ahora vivo en Salta; mejor dicho en Cachi, a 200 km de aquí”, dice María Fernanda Figueiras mientras nos colocamos las cucardas de identificación e ingresamos a la sala de conferencias.
Compartimos lugares contiguos en la segunda fila de mesas y mientras ella abre su laptop, yo conecto el teclado de mi Palm y diría que estamos listos para escuchar y tomar notas. Falta un simple detalle: que ensille mi mate y la convide. Sí, imaginás bien: eso atrae enseguida a todo el grupo de colegas periodistas. Y hasta el mismísimo presidente del congreso, Walter Burzaco, se sienta a mi lado y no hace falta que le pregunte si desea un mate. Minutos después Walter me alcanza un mensajito de Sabrina Díaz Rato, en papel recortado de una hoja de apuntes: “Hay dos colegas rogando por UN MATE a la derecha”.
Y este mate que compartimos es para contarte que María Fernanda ha llevado a extremos notables el teletrabajo, ya no desde una quinta en Pilar, en el conurbano bonaerense, sino en La Puna, a 2280 metros sobre el nivel del mar y 157 km de la ciudad de Salta por la mítica ruta nacional N° 40.
Salta es tan vasta, tan diversa y tan bella, que no extraña que María Fernanda la haya elegido. Toda esa región tiene paisajes deslumbrantes y permanece el sello dejado por avanzadas civilizaciones precolombinas: al sur de Cachi está la plácida y atractiva Cafayate. Al norte de Cachi corre el legendario Tren a las nubes.
En toda esa vasta región que conforma La Puna, la conectividad de Internet hogareña es cero banda ancha, pero María Fernanda, instalada 8 horas en un ciber, le da otra dimensión al teletrabajo y a los locutorios. Ciertamente es un caso único en medio de una población que vive de la cría de ovejas, llamas y vicuñas, de las que obtienen lana y carne. En el diario ir y venir desde su ascética habitación al ciber, María Fernanda se cruza con vecinos que viven de la cria de lanares, con mineros, con maestras y agentes de turismo que quieren hacer de Cachi un lugar más visitado.
Tardo apenas segundos en preguntarle:
– ¿Qué hacés en Cachi?
María Fernanda ríe y me dice:
– Cachi es un neuropsiquiatrico de puertas abiertas y me han aceptado.
– ¿en serio? Contáme…
– Un año atrás vine a esta región de mochilera y me deslumbró Cachi, así que decidí venir a vivir…
– ¿así de simple? ¿estabas mal en Buenos Aires?
– Para nada. Tengo todo allá. Un departamento, buen pasar. Tengo a mi familia que no entiende porqué hice este cambio y hasta los veo sentirse culpables de que me haya venido a vivir aquí… nada que ver.
– ¿Huías de un amor desencantado?
– Diría que denso. Venía de muchas cosas y quería cambiar de historia. Pararme y reflexionar. Tengo 30 años, soy dueña de mí, me siento estupenda y en Cachi encontré esa paz, en medio de la humildad y la simpleza.
– ¿Estás en pareja?
– Noo –aclara-. Vivo sola, en una pieza que alquilo a una mujer en su casa. Tengo lo elemental: una cama, un ropero, una mesa, baño compartido y mi máquina (dice orgullosa de su notebook).
– ¿Cómo te ganás la vida?
– Cada tarde me instalo con mi notebook en un ciber de Cachi y durante horas trabajo para extranjeros.com, una web de España, para la que administro foros y también hago colaboraciones para otras publicaciones, como esta cobertura para SectorTV, que hago ahora y que ahorra un viaje desde Buenos Aires a la editorial…
Sigue lloviendo afuera y desde la colina en que se alza el Sheraton uno puede ver la Linda Salta, extendiendo tejados rojos y muros claros en el valle. Más allá, en otro de los recodos de esta hermosa provincia hay lugares como Cachi.
Vale entrar a alguna de las numerosas páginas que la web dedica a Cachi para ver que hay vestigios de comunidades instaladas 6000 años atrás en esa región. Hay pictogramas y tallas en la piedra que señalan lo ancestral y creativo de los pobladores que se sucedieron antes de la llegada de los europeos y arrasaron todo pasado. Seguramente pocos de los que entran a las páginas de extranjeros-com imaginan que sus temas, sus cuitas y trámites son en parte administrados desde ese balcón del cielo -Cachi- en el que decidió vivir María Fernanda en esta temporada de su vida. Sentado a su lado, la veo teclear (aprovechando ahora el wi-fi del hotel) compenetradamente y chateando con cinco a la vez.
– ¿no te aburrís de la serena vida en Cachi?
– Mi curiosidad acuariana me lleva a indagar en cuanto lugar tuviera una novedad. Sea una reunión para promover el turismo en Cachi o un debate por la reactivación de la mina Don Otto…
– ¿Y luego escribís sobre eso?
– No, porque no siempre son temas de interés general más allá de ciertos círculos y también porque debo conocer aún más el lugar, incluso la psicología de la gente porque muchos tienen reparos hacia los que venimos de la ciudad.
– ¿Y cómo se divierten en Cachi?
– Ah, a mi encanta bailar
– ¿Folclore?
– Sí.
– Bueno, entonces esta noche vas a poder hacerlo porque vamos a ir a una peña…
Le pregunto cómo prepara su mate, si dulce o cimarrón y me cuenta que en su época de universitaria “los tomaba cada vez más dulces; de azúcar hasta el exceso. Pero afortunadamente en Cachi hay un arbusto llamado arcayuyo que le da un sabor especial. También le pongo cascaritas de naranja y alguna cosa por el estilo. Pero en Cachi descubrí el arcayuyo que le da un sabor tan especial al mate y ya lo adopté”.
Me dice que su yerba preferida es Cruz de Malta, “pero en general hay que adaptarse a la que llega porque hay épocas en que la Cuesta del Obispo esta intransitable y nos quedamos sin yerba, sin cigarrillos…”
Me detengo unos instantes pensando en la bellísima y empinada Cuesta del Obispo. Y como en el poema de Raúl González Tuñón, me digo: “anduve por allí, adolescente y barbudo con cuatro céntimos, pero feliz de caminar…” Caminar, precisamente caminar es algo que me propongo hacer en unos instantes, aunque llueva en esta bellísima ciudad de Salta. Acaso adivinando mi pensamiento, María Fernanda se arrima para decirme al oído: en Cachi solo llueven tres días al año y eso es en enero…