Lluvia

Melisa escribe en Facebook: “Me gusta la lluvia como la de hoy” y vuelvo cuatro décadas atrás cuando la lluvia se instaló bondadosamente entre los jóvenes de mi generación como un espacio a disfrutar.

Eran los años 60 y amábamos a un poeta esencialmente de Buenos Aires como fue Raúl González Tuñón y estábamos prendados de poemas como “Lluvia”, precisamente. Mi barra de amigos paraba en la esquina de Hornos y Brasil, donde Eudeba -Editorial Universitaria de Buenos Aires- había instalado uno de esos quioscos en que los fabulosos libros estaban al alcance de la mano. Eudeba fue una iniciativa fantástica creada en tiempos de la Presidencia de Arturo Frondizi que distintos gobiernos militares subsiguientes se empeñaron en destruir (y obviamente lo lograron).

Y entre esos libros, en una colección titulada Siglo y Medio, tenía en su número 73, una entrega totalmente dedicada a Raúl González Tuñón. Era una excelente selección de sus poemas, entre los cuales -por supuesto- estaba “Lluvia”.

Habíamos bautizado al quiosco como “El Gliptodonte” (una referencia a Florentino Ameghino) y el bastonero encargado del lugar era Otto Carlos Miller, un flaco maravilloso, al que siempre rodeaba un círculo de apasionados por el cine, la astronomía, la música, la revolución y la poesía.

Conocíamos de memoria ese libro y cuando una tarde mientras estábamos enfrascados en nosotros y la poesía, una voz añosa y suave nos pregunta: ¿tienen el libro 73 de la coleccion Siglo y Medio?, dijimos (Carlos Miller, Leonardo Aquino, Angel López y yo) al unísono: Raúl González Tuñón. Nos dimos vuelta y allí estaba él, asombrado de nuestra respuesta.

Era un asombro mutuo, porque para nosotros tenerlo allí, en esa su maestría de la humildad, preguntándo por él en auténtica tercera persona. Y aunque como enseñó en sus poemas: que el asombro era su fuerte; se vió superado por nuestro agradecimiento.

El pobre, con su estatura de un metro sesenta se vio de pronto asaltado por el afecto, por el abrazo sin permiso y a partir de alli, aguardábamos cada tarde en que Tuñón pasaba rumbo a Clarín. En la combinación de subtes A y C emergía en la Plaza Constitución y caminaba seis cuadras hasta el diario.

Lo entrevistábamos de a trechos; a veces lo acompañábamos hasta la puerta de la redacción, en la calle Tacuarí. Tuñón hizo que me enamorara de este oficio; suponía que todos tenían su generosidad, su grandeza, su ternura, su paciencia, su valentía y esa ternura para hacer de la lluvia un espacio amado.

Lluvia

A Amparo Mom

Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados.
Otras veces cae con furia y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres.
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
Sus tambores acunan nuestras noches y la lectura corre a su lado por los canales del sueño.
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban.
No habían despertado todavía al amor, no sabían nada de nosotros.
De nuestro gran secreto.
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos entrevisto o sospechado, los ademanes y las palabras de ellos. Todo, todo ha desaparecido y estamos solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en nuestro apretado destino, en nuestra posible muerte única, en nuestra posible resurrección.
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la violencia de la lluvia.
Te quiero con todos los tambores de la lluvia.
Te quiero con todos los violines de la lluvia.
Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada. Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.
Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana; increíble, pero tan real; numerosa, pero tan mía.
Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único.
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos la línea del otoño.
Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa, que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto, cuando tú y yo seamos dos sombras y todavía estemos pegados, juntos,

subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.
Oh, visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero distinta, ya al caer sobre los jardines, ya al deslizarse por los muros, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces rojas de los automóviles, ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad y de nuestra congoja, los humildes barrios de los trabajadores.
La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste, y acaso esa tristeza sea una manera sutil de la alegría. Intima, recóndita alegría.
Estoy tocado de tu destino.
Oh, lluvia. Oh, generosa.

Fuente: Raúl González Tuñón, Antología Poética, Editorial Losada, Buenos Aires, pag 45, primera edición, 1974

Amparo Mom fue la esposa de Raúl González Tuñón.